jueves, 15 de julio de 2010

+H+ (2)

Hola John.

Han pasado cinco meses desde la primera operación y hoy he vuelto a andar. Los médicos están muy contentos con la evolución y con mi actitud. Yo vuelvo a sonreír.

Los primeros días fueron horribles, ya lo sabes. La incertidumbre es angustiosa. Cada noche, cuando mis padres salían de la habitación para irse a casa a descansar, deseaba dormirme para no volver a despertar. No podía asimilar un cambio tan drástico y repentino, un cambio por el que no podía culpar a nadie, ni siquiera a mí. De un día para otro, mi vida era distinta y no me gustaba nada, no la quería. Si hubiera tenido más valor, me la habría quitado, pero afortunadamente fui cobarde.

Después de dos meses y varias intervenciones estériles, llegaron a nuestros oídos historias de este centro. Al principio, tomamos la noticia con escepticismo, yo sobre todo. Mis padres habrían recurrido a curanderos y chamanes de tribus indígenas, en busca de un poco de esperanza. Yo no quería esperanzas, quería volver a andar. El viaje era largo y el tratamiento costoso, así que lo descarté.

Poco a poco, fue creciendo en mis padres la necesidad de hacer algo y este tratamiento parecía la opción menos absurda. Finalmente, lograron convencerme.

Venir aquí ha sido lo mejor que me ha pasado en la vida. No importa cómo acaben las cosas, he recuperado la ilusión por vivir. Tan enorme distancia, tanto tiempo... la gente que me rodeaba en mi día a día pronto fue posicionándose ante la adversidad. La mayoría desaparecieron, pues ya no les resultaba provechoso relacionarse conmigo, pero, los que quedaron, me mostraron tanto afecto y calor que me devolvieron las ganas de despertar por la mañana. Despertar, levantarme y andar.

Mi vida ha cambiado mucho, sí, pero ahora me gusta. Hoy he vuelto a andar y sé que pronto volveré a correr. Y, si no lo consigo, no importa, al menos tengo una meta por la que luchar.

Espero que todo vaya bien por allá. Tengo ganas de volver y tener contigo una de nuestras apasionadas discusiones. Dame un poco de tiempo, prometo compensarte.

Sinceramente,
Aubrey.

martes, 6 de julio de 2010

Danza siniestra

Hoy llueve y no me importa, pues soy inmune al agua. ¿Os he hablado alguna vez sobre mi enfermedad? Durante años, respiraba con dificultad, al tener unos cristales alojados en mis pulmones. Pero eso era antes...

Habíamos trabajado duro para que ella tuviera sus alas, pero algo falló en el entramado de los sueños y nunca llegó a ganar altura. Saltaba y revoloteaba, pero pronto caía de nuevo. Decoradas y majestuosas a la vista, sus alas eran imperfectas, y solo le permitían saltar de flor en flor. Pero eso era antes...

Me cansé de cargar con ella entre las nubes. Nunca pensé que podría pasarme, aunque nunca había imaginado que sus alas pudieran fallar. Parecían tan... perfectas. Sus alas fallaron, y yo me cansé. Pero eso fue antes...

Perdí la noción del tiempo. Llevaba días surcando los aires, envuelto en una plácida armonía. Ahora que respiraba de nuevo, me hice implantar mis dos costillas perdidas y reposé hasta que la herida cicatrizó. Sano por fuera, vacío por dentro... en armonía. Pero eso fue antes...

A veces, cuando las noches son oscuras y claras, veo desde el cielo, en la distancia, a la muchacha de los ojos de rana, saltando torpemente de flor en flor, en una errática danza que me resulta siniestra. No puedo evitar, entonces, derramar algunas lágrimas y entonar la tierna melodía del baile, de aquel día en que vestíamos de azul. Sin moverme, las estrellas giran lentamente a mi alrededor.

Y eso... eso es ahora.

miércoles, 23 de junio de 2010

Desolación

I

La llave no entraba en la cerradura. Tuve que probar al menos tres veces antes de darme cuenta de que la cerradura era de otro color... ¡ella la había cambiado! Desconcertado, miré debajo del felpudo y dentro de la maceta. No tenía sentido. Si se había tomado la molestia de cambiar la cerradura, ¿para qué iba a dejar una llave a mi alcance?

Me senté en el porche, tratando de digerir la sorpresa. Podía haber llamado al timbre o aporreado la puerta hasta caer rendido, pero no quería despertar a la pequeña, ella no tenía ninguna culpa. Así que me senté en el último escalón y lloré en silencio.

La noche se había vuelto gélida en las últimas horas. Llevaba esa cazadora de cuero que ella me había regalado años atrás. Me sentaba como una segunda piel y, aunque me negaba a reconocérselo, tenía un efecto magnético cuando la combinaba con mi barba de tres días. Con la cara congestionada por la tristeza, no había un ápice de seducción en mi semblante esa noche.

Comprendí de pronto que no tenía dónde ir. Podía pedirle un favor a algún amigo, volver a casa de mi madre o buscar un rancio motel en algún suburbio de la ciudad, pero no era una cama lo que necesitaba, sino un hogar, mi hogar, nuestro hogar. Sin darte cuenta lo construyes, sin darte cuenta lo destruyes, se destruye... lo que sea.

Llevaba semanas sin beber, tal vez meses. En mis entrañas, sentía que había pasado toda mi vida sin probar un trago. ¿Qué coño había ocurrido? Era todo perfecto. ¿Lo era? No, no lo era, la perfección no existe, o es para otros, no para mí.

Me quité la cazadora y la colgué del pomo de la puerta. Necesitaba sentir el frío, sentirme vivo. Caminé durante horas, hasta que los primeros rayos de sol comenzaron a reflejarse en las nubes que cubrían el cielo...


II

Diluviaba. Las primeras luces del día habían quedado rápidamente absorbidas por unos negros nubarrones. Volvió la noche. Estaba tan absorto en mis pensamientos que no había elegido conscientemente el camino a seguir. Solo después de sentir el agua empapándome el cuerpo desperté de la ensoñación, para descubrir que estaba a escasos metros de un puente, en la periferia de la ciudad. Reconocía vagamente el lugar, tal vez por haber conducido por encima de él. Ahora estaba debajo y la vista era muy diferente.

Varios indigentes trataban de luchar contra el frío, rodeando tímidos fuegos, improvisados en cubos de latón. Uno de ellos, separado del resto, me hizo un gesto para que me acercara. "Mal aspecto debo tener", pensé, "para que ese mendigo se apiade de mí". Me acerqué con cautela, disimulando mientras intentaba localizar mis objetos de valor. No tenía nada. Había dejado la cartera, el móvil y las llaves en la cazadora.

El viejo me indicó que me acercara al fuego y así hice. Me sorprendió que no me preguntara nada ni me contara sus penas. Me miraba en silencio, con profunda y sincera ternura. Los primeros minutos me sentí muy incómodo e intenté romper la quietud con alguna trivialidad, pero no me apetecía hablar. Me tranquilicé y quedé en silencio, a su lado, durante un tiempo indefinido.

El día seguía plomizo y resultaba complicado adivinar la hora. Allí estaba yo, sentado frente a un viejo harapiento, en silencio, incomunicado, indocumentado, sin dinero y sin fuerzas. Fue al pensar en todo lo que estaba perdiendo cuando empecé a sentir hambre. Como si me hubiera leído la mente, mi nuevo camarada me ofreció un trozo de carne seca. Estaba algo rancia y con marcas visibles de roedores, pero en ese momento no me importó, necesitaba comer algo.

¿Por qué el viejo no hablaba? Tal vez era mudo. O tal vez llevaba tanto tiempo alejado de la civilización que lo había olvidado. ¿Olvidado? No, en todo caso había aprendido, aprendido a callar. Pocas personas merecen el esfuerzo de mover los labios. Seguramente yo no merecía el suyo. Me sentí insignificante. Me acurruqué cubierto por una manta deshilachada y me quedé dormido bajo el puente...


III

Me despertó un dolor intenso y punzante en la cabeza. Traté de abrir los ojos y volver al mundo consciente, pero un pitido ensordecedor en mi oído derecho me mantenía aturdido. Comencé a escuchar voces, distantes e irreales, y las primeras luces se filtraron a través de la sangre que cubría mi cara, mi sangre.

Entre las carcajadas de un grupo de jóvenes hijos de puta, pude distinguir los gritos de uno de los ancianos, al que propinaban una paliza. Conseguí enderezarme. La sangre no cesaba de brotar y tuve un fuerte mareo que me devolvió al suelo. Mi organismo segregó la adrenalina necesaria para sobreponerme a la bajada de tensión. Enfurecido, abrí los ojos y me levanté, dejando caer la manta.

Uno de los jóvenes, que estaba grabando las vejaciones de sus amigos, alertó al resto al verme con el rostro desencajado por la ira. Mi imagen no era imponente, pero sin duda mis ropas y mi cuerpo no era lo que esos desgraciados esperaban de unos pobres indigentes. Si hubieran sabido lo débil que me sentía, me habrían pateado sin piedad. Afortunadamente, no lo sabían. Salieron corriendo, llevándose con ellos las armas improvisadas con las que nos estaban atacando.

Vi junto al suelo la piedra que me había abierto la brecha en la cabeza y traté de taponar la herida con la manta deshilachada. La infección parecía asegurada, pero prefería detener la pérdida de sangre a toda costa.

Me senté unos instantes para tratar de entender lo que había sucedido. Era de noche, el alumbrado de las calles estaba encendido. Había dormido todo el día, presa del desasosiego. El viejo de la cara tierna no estaba cerca, o yo no podía verlo. Me sentía en la obligación de ayudar a los vagabundos maltratados, pero crecía en mí la necesidad de alejarme de aquel lugar, y quería hacerlo antes de que mis músculos se relajaran.

Comencé a correr, hacia el centro de la ciudad. La gente se apartaba al verme pasar con la cara ensangrentada. Ni uno solo de esos cabrones asustados me ofreció su ayuda, ni una prenda limpia con la que tapar mi herida.

Paré en una cabina para alertar a los servicios de emergencia. No podía sacarme de la cabeza los alaridos de aquel pobre anciano. Me apoyé en la puerta de un establecimiento de comida rápida, uno de los pocos comercios que parecían seguir abiertos a esas horas. ¿Qué horas? No tenía ni idea. Aparté la manta de la herida. La sangre seguía fluyendo en abundancia. No pude soportar la visión. Perdí el conocimiento...


IV

Cuando desperté, tenía un ángel ante mis ojos. Con un estúpido uniforme en lugar de alas, con olor a aceite frito en lugar de brisa marina... pero era un ángel, lo supe en cuanto la vi.

Mientras recuperaba el poco sentido común que me quedaba, me explicó que ella y dos compañeros suyos me habían visto caer en la puerta del establecimiento, y me habían tratado con ayuda de un botiquín de primeros auxilios que pude ver colgado en la pared. Al parecer, la joven muchacha había comenzado los estudios de enfermería, pero la aprensión que le provocaba la sangre (¡qué ironía!) le obligó a cambiar de camino y ahora se encontraba ante la difícil tarea de decidir qué hacer con el resto de sus días, una vez la vida le había partido las ilusiones en mil pedazos. Entendía perfectamente cómo se encontraba, yo me sentía igual.

Era delgada y presentaba un aspecto engañosamente frágil. Se llamaba Aubrey. Su padre le había puesto ese nombre cuando nació, por una canción, con la fútil esperanza de que algún día un chico la buscara por el mundo, sin conocerla. Su madre murió al dar a luz y juzgué que su padre perdió la razón en ese momento. Ella no había tenido ninguna suerte con los chicos, ni siquiera con los que no la conocían. Gran injusticia.

Los dos compañeros de Aubrey dejaron el local aliviados cuando vieron que yo recuperaba la conciencia y era capaz de seguir una conversación de más de dos palabras. En una segunda mirada, la muchacha no me pareció tan atractiva, pero era un ángel igualmente. Nada tenía que ver su aparente mediocridad exterior con lo que transmitía su mirada.

Me incorporé con su ayuda. La cabeza me daba vueltas y los músculos no parecían sostener mi peso. Me apoyé en una mesa para no volver a caer. Me preguntó qué me había pasado, lo que me hizo recordar cómo habían sido mis últimas veinticuatro horas. Intenté contárselo pero fue imposible. Me puse a llorar amargamente. Ella me abrazó, sin importar la mezcla de lluvia, sangre y sudor que cubría mi cuerpo. Y me hizo sentir como en casa. ¡Dios, hacía años que no me sentía así! Eso era lo que había perdido, lo que añoraría el resto de mi vida, en el momento en el que Aubrey alejara su diminuto cuerpo del mío.

Quiso llevarme al hospital, pero me negué. No soportaría un interrogatorio sobre lo que había pasado debajo del puente. Además, por la oscuridad y la rapidez a la que se sucedieron los acontecimientos, no recordaba la cara de ninguno de nuestros agresores, no serviría de ayuda. Tampoco quería que Aubrey siguiera cargando conmigo. Solo quería volver a casa, recuperar mi cazadora, comprar algo de comida y, sobre todo, dormir en una cama. Pero no tenía casa. Aubrey me ofreció su piso...


V

Aubrey me dejó un albornoz para pasar la noche y se encargó de lavar mi ropa. Me ofreció un sofá que tenía en el salón y caí rendido en cuestión de segundos.

Cuando desperté, había amanecido, y ella estaba sentada, en frente del sofá, observándome. Parecía despejada y contenta, dudo que pasara la noche entera velándome. O al menos me resultó más cómodo pensar de ese modo.

Le expliqué, ahora sí, lo que había pasado la última semana, cómo el núcleo de mi vida había saltado por los aires, y me había entregado casi sin darme cuenta al caos de la noche. Me preparó un desayuno delicioso, que devoré con avidez.

Aubrey lloró al explicarme la desdicha que parecía perseguirle en su vida adulta y cómo le asfixiaba la soledad. Me causó gran admiración. Sin ser físicamente cautivadora, era evidente que no tendría problemas para encontrar pareja, de haberlo querido. Pero buscaba algo especial, algo que creía nunca iba a llegar. Pero lo esperaba de todos modos. En cierto modo, envidié su situación, aunque ella parecía desolada. Era más valiente de lo que yo nunca habría aspirado a ser, y por ello se había ganado mi respeto.

Me despidió en la puerta, con un sentido abrazo. La besé en la frente y le deseé suerte en su búsqueda imposible. Sé que la merecía. Nunca volví a verla.

Caminé con decisión hacia la que había sido mi casa. Todavía estaba algo mareado y el sol, pocos grados sobre el horizonte, me hacía daño en los ojos. Aspiraba a llegar antes de que se fuera a trabajar, olvidando por completo que era sábado. Llamé al timbre, usando nuestro código, para que supiera quién era antes de acercarse a la puerta. La abrió, vestida con su pijama, contrajo la cara en una mueca de odio, y pegó un portazo.

Yo estaba anestesiado. No pensaba moverme de allí, porque no tenía dónde ir. Volvió a abrir la puerta, rompió a llorar y se echó a mis brazos.

(Nota: "Aubrey" es una canción compuesta por David Gates e interpretada originalmente por el grupo de pop/rock americano "Bread" en la década de los '70)

lunes, 14 de junio de 2010

Criatura de mar

Tenía ojos de rana cuando la conocí. La primera vez, apenas me miró, escondida tras la fina película que cubría sus ojos. Vivía en las profundidades del mar y yo no sabía nadar. Es por esto que siempre nos veíamos en sueños. Pero eso era antes...

El cielo está nublado y amenaza tormenta, pero no lloverá. Y, si llueve, no importa, porque soy inmune al agua. Pero eso es ahora...

Cuando era pequeño, tuve una grave enfermedad. Comenzó a llover con fuerza sobre Popivka y yo no sabía nadar. Me arrastró la corriente y el mar me acunó entre sus brazos. Cuando desperté, me costaba respirar. La sal del agua había cristalizado en mis pulmones y el aire fluía con dificultad. Tuve que aprender a comer de nuevo, y el aire... el aire ya no parecía refrescante. Pero eso fue antes...

Suena una melodía en el pasillo. No es más que un susurro desentonado, pero me resulta agradable. Yo también canto cuando estoy a solas, canciones de viajes y de conquistas, de lugares olvidados o inventados. Pero eso es ahora...

Perdí la noción del tiempo. Era de noche y estaba aprendiendo a volar. La muchacha de los ojos de rana me había dicho que, si no podía viajar bajo el agua, tendría que aprender a volar. Y así hice. Al principio me resultó complicado, porque me costaba respirar y no sabía caer. Me partí dos costillas la primera semana. Como no podía esperar a que sanaran, me las hice extraer y seguí practicando. Pero eso fue antes...

Vivimos en una casa entre las nubes. Cuando empezamos a construirla, nadie creía en nosotros. Una criatura de mar y una sombra de tierra, levantando ladrillos en el aire, era ridículo... no les culpo por no creer, ni entonces ni ahora.

Era un día como otro cualquiera, el sol brillaba en el cielo y vestíamos de azul. No recuerdo cuándo pasó, pero yo tenía que ser muy pequeño, porque las imágenes vuelven a mi memoria tal como las vería un niño o un enano, y nunca fui un enano. Ella tenía alas nuevas. Habíamos trabajado duro para que las soñara otra vez, y pasado mucho tiempo decorándolas y pintándolas. Estaba preciosa. No era un día como otro cualquiera, no. Comenzó a sonar un suave susurro, que poco a poco se convirtió en una dulce melodía, la más tierna melodía que nunca había escuchado. Ella me buscó y bailamos. Creo que no nos movíamos, que solo nos mirábamos, los rostros girando a nuestro alrededor. Pero eso fue antes...

Tiene ojos de rana y cuerpo de sirena, y cuando me mira sé que ya nunca estaré solo. Y, si lo estoy, no importa, porque vuelvo a respirar.

miércoles, 9 de junio de 2010

Purge

To Agatha, found and renamed...

Once I had a dream about a well. The well was empty, much before tears and delusions started to roll down the curb walls. The well was empty, but, near the curb, there was a girl.

Once she had a dream about a tortoise. The tortoise was gone, much before party and confession showed up in the warm air. The tortoise was gone, but, up in the air, there was a bird.

Once it had a dream about a smile. The smile was broken, much before the childhood passed away when the ship sank. The smile was broken, but, in the ship, there was a pirate.

Once he had a dream about a dance. The dance was over, much before the dress was torn and left in the floor. The dance was over, but, in the floor, there was a child.

The child was blond and the pirate was blessed, the bird was homesick and the girl was soothed. And I... I ended up full of that empty void.

jueves, 20 de mayo de 2010

Twenty miles away

To the king of men, to when he deserves his throne back

Fear... twenty miles is not a huge distance, easily affordable on a walking day, but fear... senses become anaesthetized, daylight becomes darkness. No place to hide, no friendly hand to hold.

Eaten by the world... for a thousand days fighting to survive, losing weight to float in the polluted air, filling the lungs in the water. The night came down to cover the fields and stayed with me.

Recently, I killed a lion. Dying of starvation I was, although strong enough to face the past. His blood, blue as my dreams, flowed into the heavy stream, down to the ground. And the icicle became useless.

From the distance, there is harmony. No, that's not harmony, but flicking monotony. Lonely in the midst of the crowd, awoken by her kiss, and soon forgotten again. Just to be reborn as the misty magician of the seas.

sábado, 8 de mayo de 2010

Giogal

─¿Cómo te encuentras, muchacho?
─Bien, diría que sorprendentemente bien.
─Estupendo, creo que ha llegado el momento.
─El momento... ¿qué momento?
─Vas a volver, vas a retomar tu vida.
─¿¡Qué!?
─¿Qué ocurre? ¿No lo deseas?
─No, no es eso. Es... ¿cómo sabes que ha llegado el momento?
─Por el brillo de tu mirada.
─¿Mi mirada? ¿De qué estás hablando?
─Y tu físico. Ha costado, pero has respondido muy bien.
─Sí, es cierto que me siento mejor últimamente, pero...
─Saldrás esta noche.
─Fistandul...
─Dime.
─¿Volveré a verte?
─No, si todo va bien, no volveremos a vernos.
─Gracias, entonces.
─No hay de qué.
─Hasta siempre.
─Espera...
─¿Sí?
─Tú nombre, ya no te hace justicia. Desde hoy serás conocido como Giogal, el muchacho de ojos dulces.

martes, 4 de mayo de 2010

El globo blanco (2)

Los niños se miran con ternura. Él sujeta la esfera de cristal mientras ella hincha un globo de color azul alrededor de esta. Lo sueltan y lo siguen con la mirada mientras se eleva lentamente. Llevan tanto tiempo repitiendo el mismo proceso que han olvidado sus razones. Un golpe sordo a escasos pasos de su posición les devuelve a la rutina.

Ponen todo su esmero en cada esfera que sellan, capturando recuerdos de seres humanos a los que nunca conocieron. Son solo escenas congeladas de vidas anónimas, pero irradian tanto sentimiento como una vida entera. Son los momentos más preciados de cada criatura, buscando la inmortalidad a bordo de un globo etéreo. Los niños completan de nuevo su trabajo y un globo verde parte camino a los cielos. Desaparece, dando paso al sonido del cristal rompiéndose contra el suelo.

Un nuevo recuerdo, un nuevo momento representativo de una vida, de otra persona anónima. Un globo de color blanco, casi transparente. Lo dejan volar y se miran esperanzados. Entrecruzan sus manos y sonríen. Esta vez seguro que lo consigue. Silencio, expectación... silencio... una flecha de plata, partida en dos, cae suavemente ante ellos.

El siguiente globo será púrpura, aunque ya poco importa si lo consigue o no. Los niños sienten el corazón henchido, al menos han salvado un alma...

martes, 13 de abril de 2010

Merlinus

Arrugado y pálido como un recién nacido, paso los días en este complejo de reclusión. Rodeado de muchas otras personas, no hablo con nadie. Estoy cansado e inapetente, pero me obligo a comer y a tomar muchas pastillas, para ganar fuerzas de cara a un futuro incierto.

Han pasado unos años. Ahora vivo solo, en una casa que podría alojar a una familia entera. Quizá ha sido así en algún momento. Las estanterías están llenas de fotografías de desconocidos. En algunas aparece alguien que se me asemeja vagamente, pero ignoro quién es.

Los días parecen más cortos, quizá porque, ahora que empiezo a trabajar, soy una persona más ocupada. Teresa me espera en casa a diario. De algún modo, nuestro futuro estaba escrito, en las fotografías y en algunos vídeos. Ella siempre estuvo ahí.

Ha venido a visitarnos nuestra hija Sara. Parecía triste. Las cosas no van bien con Teresa, no nos entendemos desde que superó su enfermedad. Deberíamos estar más unidos que nunca, pero cada día que pasa la siento más lejos. Hoy me pidió el divorcio.

Tras varios años de amargura, ayer perdimos a Sara. Ha sido doloroso ver como, poco a poco, nos iba olvidando, mientras su estatura menguaba. Hemos disfrutado más que nunca los últimos meses con ella, pero no sé si se daba cuenta. Me invade una fuerte pena.

Soy feliz. Estos días con Teresa están siendo mágicos. Después de mucho sufrimiento y grandes desavenencias, siento que por fin nos compenetramos. Nunca antes me había sentido así. Algo dentro de mi estómago se retuerce cuando nos vemos y a veces me cuesta respirar, pero esta sensación es estupenda. Creo que estoy enamorado.

Teresa me ha dejado. Parecía muy nerviosa la última vez que hablamos en el parque. Yo también lo estaba. Frases erráticas e intrascendentes. Ha sido extraño. No creo que volvamos a vernos.

Desde que dejé el trabajo, todo me va mucho mejor. Paso más tiempo con mis padres y mis amigos. La mayor parte del día lo dedico a jugar o a hacer deporte. ¿Cómo he podido tardar tanto en descubrir lo que realmente me gusta?

El ser humano es fascinante. Con el paso del tiempo, aprendemos a expresarnos. La comunicación es ahora sencilla y directa. Con unas pocas palabras podemos transmitir infinidad de sentimientos. Incluso con simples muecas o gemidos, todo es tan fácil...

Mis padres están radiantes. Intentan disfrutar sus últimos momentos conmigo, como Teresa y yo hicimos con Sara. Creo que tengo una afección como la de nuestra hija. Ahora comprendo que ella lo entendía todo y era feliz. No sé cómo mostrar mi bienestar. Cuando lo intento, solo consigo sonreír. Pronto les dejaré, creo que lo saben.

jueves, 11 de marzo de 2010

Cemento y cenizas


No deberías hacer una pregunta si no eres capaz de encajar la respuesta.

No estamos aquí para cuidar de vuestros muertos. No importa lo pomposas que seamos. Coloridas, aromáticas o espectaculares, somos débiles y frágiles. No fuimos creadas para proteger.

Me gustaría contarte que, con el paso de los días, nos descomponemos y penetramos la tierra, alcanzando sus cuerpos para transmitirles los sentimientos que nos habéis contagiado. Pero ya no hay tierra ni cuerpos, solo cemento y cenizas. Y aunque los hubiera, nada cambiaría. No es así como funciona, nunca ha funcionado así.

Me gustaría decirte que, al anochecer, cuando desciende el frío y no brilla la luna, les susurramos y entretenemos, les contamos historias y sueños, vuestros logros y fracasos. Pero ya no escuchan, ni recuerdan. Y aunque lo hicieran, nada cambiaría. No necesitan historias, es demasiado tarde.

Me gustaría... me gustaría tener manos y acariciarte, robarte la pena por un instante y enterrarla debajo de esta lápida, porque de ahí ya nada vuelve. Da lo mismo tu mensaje, solo quisiera... liberarte de ese sufrimiento. Pero soy inerte y no puedo. Ni acariciarte, ni hablarte. Te observo y agonizo, te observo y marchito.

Estoy aquí por vosotros, los vivos, porque necesitáis creer que ellos recuerdan que no les olvidáis.

martes, 9 de marzo de 2010

Popivka


Gota a gota... así empezó todo.

Primavera de 2011. Un día como otro cualquiera, comenzó a llover sobre Popivka, pequeña aldea situada en el extremo este de Ucrania. No era una lluvia torrencial, ni venía acompañada de una sonora tormenta eléctrica. A decir verdad, no había nada de especial cuando el agua comenzó a recorrer las calles. Años más tarde, sin embargo, la mayoría de científicos, al tratar de acotar las causas del Cambio, no dudaría en apuntar al fenómeno originado en la villa ucraniana. Pasaron semanas, meses, antes de que se tomara conciencia de lo que estaba ocurriendo. Llovía, suave pero constantemente. Llovía sobre Popivka, sobre Europa, sobre toda la Tierra; en campos, ciudades y océanos, el agua caía sin cesar.

Las explicaciones físicas no llegaban, los modelos matemáticos erraban en sus predicciones, y entraron en crisis los conocimientos atmosféricos que tantos siglos habíamos tardado en acumular. Las nuevas ciencias, bien aplicadas, como la Pluviología Asíncrona, bien teóricas, como la Semántica del Agua, pronto fueron ganando prestigio en el cambiante mundo que nos urgía a adaptarnos. Nacieron también nuevas religiones, filosofías y un sinfín de pseudociencias. Todas las disciplinas, con mayor o menor rigor, trataban de explicar las cadencias variantes de las precipitaciones, las formas dibujadas ─o imaginadas─ en las columnas de agua, el impacto sobre la psicología social, o la adaptación de los seres vivos a una situación tan desconocida como inhóspita.

Al no ser las lluvias intensas, las catástrofes tardaron en llegar, pero llegaron. Y lo hicieron con implacable vehemencia cuando el agua reclamó como propia alguna localidad antaño ocupada por los habitantes de la Tierra. No se vieron incursiones tentativas en una estrategia digna del más condecorado de los comandantes. El agua avanzaba con la crueldad propia del objeto inanimado, tomando posiciones para no abandonarlas jamás. El mundo tal como lo conocíamos llegó a su fin, y lo hizo mostrando penosas convulsiones, sin entender de motivos o finalidades.

Treinta y seis años, tres meses y doce días de incesante monotonía. Hoy cuesta imaginar un mundo sin lluvia, sin patrones pseudoaleatorios, sin el sonido de las gotas al repiquetear contra el húmedo suelo; un mundo sin nubes informes, sin ciencias hídricas... hoy cuesta imaginar el Sol brillando sobre el cielo de Popivka.

martes, 2 de marzo de 2010

Granate


El sol filtraba su luz entre las hojas, cansado y pesado, minutos antes de ocultarse por el horizonte. Anochecía cuando el lobo salió a dar su paseo diario. Canturreaba y jugaba con una moneda que llevaba entre los dedos, mientras recordaba con ilusión la apuesta que acababa de hacer con su hermano. Esta vez ganaría, seguro.

De pronto, un crujido de ramas le hizo volver a su andar cuadrúpedo. Guardó silencio y observó. A escasos metros de donde se encontraba, paseaba una joven de aspecto rollizo, cubierta completamente con una espesa capa de color granate. Llevaba una cesta de mimbre en la mano y tenía un andar grotesco, impropio de su edad. El lobo permaneció inmóvil, tratando de no ser visto.

La joven saltó alegremente en un movimiento torpe, resbaló y estuvo a punto de caer. Al recuperar el equilibrio, soltó la cesta, paralizada ante la visión del animal. Con el cuerpo petrificado, su rostro fue dibujando lentamente una mueca de terror, mientras su color escapaba hacia las sombras del bosque.

El lobo trató de avanzar con cuidado; la muchacha retrocedió, tropezó y cayó sobre su espalda, manteniendo la expresión de pavor.

Al entender lo violento que había resultado el encuentro, el lobo decidió erguirse sobre dos patas, se aclaró la voz y habló con fingida calma.

─Hola, pequeña, lamento haberte asustado, ¿estás bien?

Silencio. La joven permanecía inmóvil.

─Deja que te ayude a levantarte, el suelo no parece cómodo...

El lobo se inclinó, tendiéndole la mano con ternura. Cuando se encontraba a un palmo de la cara de la muchacha, esta se movió bruscamente y le mordió con violencia. El lobo aulló y dio un salto hacia atrás, blasfemando con fiereza.

Todavía rabiando de dolor, aunque con los nervios bajo control, levantó la cara a tiempo para recibir el impacto de una piedra sobre su hocico. Fueron tales la puntería y la fuerza de la tiradora, que le rompió un colmillo y dos dientes al animal, haciéndole caer sobre tierra.

Esta vez, el lobo tardó varios segundos en recobrar la compostura y erguirse en busca de su oponente, a quien ahora pretendía desgarrar piel y carne hasta dejar solo un esqueleto inerte. No vio nada. El bosque estaba vacío, en silencio, una quietud solo perturbada por el constante goteo de su propia sangre.

Corrió en vano buscando algún rastro, alguna pista, pero no encontró más que la cesta de mimbre, en la que la muchacha transportaba una generosa merienda. Cansado y pesado, el lobo se sentó, apoyando la espalda contra un árbol, y comió. El sol acababa de ponerse tras el horizonte.

martes, 23 de febrero de 2010

El canto de la sirena

Cuando sople el viento, si no he vuelto, canta como una sirena, y ayúdame a encontrar el camino de regreso.

No estoy loca, no importa lo que opinen los demás. Han pasado cinco años, ¿recuerdas? Si no has vuelto en cinco años, te habré olvidado. Y aquí estoy, olvidando, a mi manera. Vengo todos los días, ya lo sabes. Admiro el mar, lo temo, lo odio. Lloro y trato de imaginar. No puedo recordar tu cara, tus manos... el tiempo me lo ha robado todo.

No estoy cuerda, no importa lo que piensen los demás. Cuando cierro los ojos, veo tu boca, tu pelo. Han cambiado de forma, tal vez, pero los sigo añorando. Abro los ojos, sigo dormida. Y ahí estás, tumbado, a mi lado. Sueño contigo todos los días, ya lo sabes. El pasado que vivimos, el futuro que perdimos... ¿por qué me torturas?

Sopla el viento y no has vuelto, pero hoy no voy a cantar. Por favor, no vuelvas.

lunes, 8 de febrero de 2010

Un mal día

(Esta historia fue presentada a concurso en 2009, y ahora renace dentro del espejo)

Está oscuro. No recuerdo haberme dormido. Estaba pensando en ellos, quizá cerca de encontrar una solución. ¡Bah, no importa!
Me levanto. ¡Ah! Me duele el pie al apoyar. Tengo sangre seca en la planta, junto a los dedos. No recuerdo haberme cortado. Me acerco a la ventana y miro al exterior, con disimulo. Hay un coche aparcado frente a mi casa, creo que no es el mío, ¿estarán vigilándome? Voy a comer algo mientras pienso en la manera de salir sin ser visto.
Resulta irónico, escapar de mi propia casa. Solo hay leche en la nevera y está rancia. La nevera está apagada, ¿desde cuándo? No importa, ya compraré algo por el camino.
¡Ya está!, creo que saldré por una puerta lateral del garaje, pero ¿con estas ropas? la camisa tan manchada llamará la atención, y estos pantalones son incómodos. En el armario solo hay ropa de mujer, ¿es esta mi casa? También tendré que comprar ropa.
Abro la puerta. Hay un hombre con bolsas de plástico en sus zapatos y un gorro de baño en la cabeza. Sostiene una Colt del 45, con un silenciador algo desgastado. Sonríe, parece profesional. Un mal día para levantarse, supongo.

domingo, 7 de febrero de 2010

+H+ (1)

Hola John.

Perdona si por teléfono he sido algo ruda o áspera. Estas últimas horas están siendo muy difíciles, espero que me comprendas.

Ayer sábado me levanté con algo de dolor lumbar y un ligero cosquilleo en las piernas. Creo que no fui plenamente consciente de ello hasta que llegué al despacho. Incluso entonces no le di demasiada importancia, pensando que seguramente se debía a una respuesta del organismo; demasiado estrés y cansancio acumulado en las últimas semanas.
La sensación fue creciendo a lo largo del día, de manera intermitente, eso sí. Traté de descansar por la tarde y dormí un poco. Por la noche me encontraba algo mejor, así que procuré tranquilizarme y acostarme pronto.

Esta mañana, al despertar, no podía mover las piernas. Es una sensación incómoda, terrible, tratar de levantarte y ver que tu cuerpo no responde. Afortunadamente, duermo cerca del teléfono, por lo que pude llamar a mis padres para que vinieran a recogerme. No recuerdo haber pasado una vergüenza semejante en mi vida. Ver a mis padres, ancianos ya, cargar con mi cuerpo, entre la pena y la compasión. No consigo borrar esa imagen de mi retina. No creo que nunca lo consiga.

Ya en el hospital, larga espera, confusión, y un creciente dolor agudo en la base de la espalda. Parece que alguna de mis vértebras presiona algún nervio, lo que ocasiona la parálisis y el dolor. Perdona las imprecisiones, debo reconocer que estaba abstraída mientras el médico me explicaba el problema, con la mente dividida entre el dolor y el miedo. Mi "anomalía" - así la llamó el doctor - requiere una intervención breve, de unas dos horas, y presenta un índice de éxito razonable, entre el ochenta y el ochenta y cinco por ciento de los casos evolucionan favorablemente. Me operarán esta noche, quizá a primera hora de la mañana.

La primera consecuencia es que mañana no podré asistir a nuestra reunión, por favor discúlpame ante Kerl. La segunda es que existe una probabilidad apreciable - entre el quince y el veinte por ciento - de que no vuelva a andar. Estoy aterrada. Creo que preferiría enfrentarme a la muerte. Veo el miedo palpitante en las caras de mis padres y de mi hermano. Tratan de animarme, salen de la habitación, vuelven con los ojos rojos, hinchados. Ojalá tuviera fuerzas para animarles yo a ellos. Lo peor quizá sea ver la extrema amabilidad de las enfermeras que me visitan constantemente. Es como si me vieran débil, vulnerable. Seguramente lo soy.

Lamento no poder escribir más en este momento, pero tengo que descansar. Además, los sedantes empiezan a imponerse a mis reservas y me cuesta mantener los ojos abiertos. Prometo escribir tan pronto como pueda hacerlo.

Sinceramente,
Aubrey.